Los amigos de la infancia,
cómplices de fechorías,
mientras avanzan los días
perviven en la memoria.
Forman parte de la historia
de aquellos tiempos felices,
de inconscientes aprendices
de la vida y sus andanzas.
Más tarde llega el amor
¡oh el amor, esa locura,
ese impulso que tortura
y convierte en soñador!.
Al otoño hay que esperar
a que mitigue el ardor,
cuando el alma ya está en calma,
para al pasado mirar
y de nueva recordar
aquel amigo del alma.