Veo transcurrir el tiempo lánguidamente, sin prisas ya, ni sobresaltos. No me afecta el frío ni el calor. Las penas y sinsabores se han ido. Cuando deseo sentir el viento en mi cara, salgo de mi sepulcro blanqueado con hermosas figuras de ángeles tallados. No sé a quién se le ocurrió el color. Mi preferido siempre fue el rojo.
Todo pasó sin darme cuenta, fui olvidando lo que era el sabor de un beso, el calor de una caricia. Recuerdo que la mirada sensual de un hombre solía derretirme. Pero así de la nada, cualquier día desperté sin ningún anhelo. Dejé de usar mi perfume favorito: Oscar de la Renta. Lo menciono porque un día cuando caminaba rumbo a la escuela primaria, encontré en mi camino un frasco que contenía unas cuantas gotas. En ese momento se convirtió en mi esencia predilecta.
La vida se volvió monótona, no hubo más mariposas en el estómago, luciérnagas en lugar de estrellas, algodón de azúcar en lugar de nubes. Las flores perdieron ese imán que tenían cuando veía que en el jardín florecía alguna. La rutina fue mermando poco a poco mis ganas de vivir o simplemente dejé de soñar. Mis hijos fueron creciendo sin apenas darme cuenta de ello. De pronto se convirtieron en adultos y se fueron. Los veía sin verlos, los escuchaba pero no sabía que me decían. Mi mente estaba encriptada.
Había ocasiones en que lo intentaba, en verdad que lo hacía. Cualquier cosa que me obligara a sonreír, a disfrutar de lo que siempre me había llamado la atención, pero no, ya no había nada que hacer. Era como encender una fogata en tierra húmeda y dejar de alimentarla, se extinguía al poco tiempo.
Mi familia y amigos me han olvidado, bueno olvidaron mis restos, no los culpo, yo también me olvidaría. Sé que a veces lloran por mí, que extrañan a la persona que era, mis bromas, mis consejos no pedidos, mis momentos explosivos y aquellos en lo que me ocultaba de su vista y me encerraba en mi misma. Dejé que la vida escapara de mis manos, de sorprenderme por la llovizna repentina que caía en mi rostro al ir caminando. Mi deseo de hacer cuadros al óleo desapareció, así fácilmente creció mi indiferencia a todo y hacia todos.
Algunos me juzgarán como un ser egoísta, lo sé. Porque pertenezco a un entorno y se supone que estoy obligada a convivir, cuando menos con mi familia y amigos, sin embargo, cada vez que lo intento, me deprimo porque mi mandíbula está fuertemente apretada, al grado de dolerme los dientes por la presión, no puedo charlar con desenvoltura, no puedo sonreír e involucrarme en sus problemas. Mi corazón está sedado, indiferente………………. He muerto y nadie se ha dado cuenta.