Vicente Martín Martín

Esta tarde he leído los versos de un poeta

 

                                             Para Eladio Cabañero

 

 

                                             Para Eladio Cabañero

 

Esta tarde he leído los versos de un poeta

que no supo marcharse

y ahora

cuando lleva la muerte acariciándome el alma tanto tiempo

he entendido por fin por qué los huérfanos

no escriben de sí mismos, por qué tienen

tan turgentes los senos las estatuas

y se mueren de sed los cangilones antiguos de las norias.

Me asomo a la ventana y es la noche

un eterno poema inacabado

y en el cielo

las estrellas parecen viaductos de rutas ilegales

por donde escapan siempre

los presos que no tienen visita los domingos.

¿Dónde estáis los poetas que cruzasteis

los suburbios del miedo?

Dónde estáis, que ya no se os escucha

como roncas pedradas alejándose,

como rojos vencejos que se llevan el sol entre las alas.

He leído los versos de un poeta que acaba de apagarse

y ha sido como si alguien que no tuviera dedos en las manos

señalara una puerta y escribiera

con tiza nuestros nombres.

Acaso nadie traiga hasta este instante

preguntas de cal viva,

nadie vuelva a escuchar las risas ilegibles

de una ciudad cualquiera trazada con el dedo.

Oigo el canto fugaz de los arroyos

descendiendo hasta el fondo de las cosas,

siento el paso cercano de las nubes a punto de ser lluvia

y el vuelo de un ansar oblicuamente.

 

A veces, cuando muere un poeta, se nos gasta

la fe en una jornada,

se nos llenan de voces  sin voz los manicomios

y hay millones de sombras trepando por los árboles,

pero queda en los templos el aroma furtivo

de una inmortalidad siempre inconclusa.

 

He leído los versos de un poeta con las manos muy grandes,

con las cejas cercanas a los bosques,

me había dicho que estaban a estas horas muy altos los andamios,

que se estaban quedando sin sexo los sarmientos,

que era tiempo de albricias

queriéndote a los ojos,

era Eladio.