Errores de la fe
Marcaste mi rostro una noche
con las siete velas de Tu candelabro;
Te bastó sonar un cuerno y, como bicho que vuela,
mi alma se enamoró de Tu palabra,
que era luz.
Por ese instante renuncié a mi emblema:
tiré mi cruz
y levanté Tu estrella,
al tiempo que Tu lengua preciosa invadía mi mente
y seducía mi opinión.
Me ordenaste entonces que cerrara mi libro
y dejara abierto el Tuyo
mientras me dabas Tu aliento
en esta nueva forma
en que Te acercabas a mi ser.
Y confié…
Pero he aquí que hoy encuentro a tus hijos
haciendo nada de lo que dijiste ayer;
profanando, mancillando, ultrajando
un suelo débil, un suelo estrecho,
hecho tan sólo de arena de desierto
y mar.
He aquí que hoy los veo
empapados de lágrimas ajenas,
ebrios de escarlata,
por las calles que sólo muestran oquedad.
Hoy corro buscándote entre muros derruidos...
laberintos que secuestran la inocencia
de los niños bañados en metralla
y sus madres, sus hermanas,
reistiéndose a ser vaciadas
de su esperanza y voluntad.
¿Y es que es hoy cuando me dices
que de acuerdo a tus premisas
no es igual matar que asesinar?
¿Cómo has podido embaucarme así?
Mira lo que han hecho a sus hermanos…
¿Pero en dónde está hoy tu pueblo?
¡En dónde están tus hijos, Elohim! Qo