Existen amores difíciles de olvidar
y el de usted señora es uno de ellos
y aunque he tratado de no llorar
acuden a mi mente los recuerdos aquellos.
Donde usted, con mágica dicha
posaba sus labios sobre mi boca
sedienta de una esperanza loca
y hoy; ya solo provoca desdicha.
Le comento y trato de hablarle diferente
porque usted sabe que es mi estilo;
es difícil unir al amor con el mismo hilo
y más aún, cuando no existe el presente.
Usted bien sabe que el pasado
jamás vuelve y entre nosotros dos
ya no existe algo que nos tenga atado
ni siquiera la bendición y gracia de Dios.
Usted prefirió volar a otros nidos,
como picaflor yendo, de jardín en jardín,
sin pensar lo que causa su olvido;
mientras yo; lentamente espero el fin.
¡Ay señora! si usted supiera mi sufrir
tal vez no habría, de mi lado partido
y hoy de mis brazos, no quisiera partir;
pero no, usted ya decidió y se ha ido.
Y ha dejado un amargo y cruel dolor,
como la espina aquella que tocó mi mano,
al acariciar la rosa con dulce amor
y recibir de ella, el dolor más inhumano.
Señora, usted pensara que la quiero
y quizá si la quiera, pero no del modo
en que usted se imagina, soy sincero;
yo jamás recojo lo que cae en el lodo.
Y sí; la ame tanto como a mí mismo,
porque creí que el amor que le entregue
era reciproco, pero vaya espejismo;
el estar con usted no era lo que espere.
Pero no me arrepiento señora,
de haberla amada de esta forma pura;
“a cada santo le ha de llegar su hora”
y usted, ¡señora! no estuvo a mi altura.
Así que por eso, doy por terminado
estos versos míos, que usted inspiro;
fue un placer señora haberla amado,
pero hoy por fin este amor murió.