La lección de la zozobra
No quiero un horario fijo
y una sola muerte diaria,
ni soledad ni malaria,
el amor es lo que exijo.
Ya lo tengo en mi gran hijo,
en mis padres, mis hermanos,
lo cultivo con mis manos
y en mi voz libre y bermeja,
quiero un amor de pareja
que subsista a los veranos.
Lo tuve o creí tenerlo,
pero se fue de repente,
así pasa con la gente,
viene y va sin entenderlo.
Creí perderme al perderlo,
pero logré dar conmigo,
perdonarme, ser mi amigo
y entender que entender sobra,
la lección de la zozobra
no es ser sabio es ser testigo.
Así he mirado las horas,
las que van y las que vienen,
las promesas que contienen
las certezas salvadoras.
Una es que ríes y lloras,
otra es que cantas y gritas,
que hay estrellas infinitas,
que hay fugaces lunas llenas
y que nada acaba en penas
si es con fe que me visitas.
También miré mis bajezas,
estas ganas de ser ciego,
de no llegar donde llego
si sólo he de ver tristezas.
Mis sarcasmos, mis rudezas,
mi llamado a ser feliz,
no hay persona ni país
que no merezca lograrlo,
y aquí estoy yo para darlo
todo tras este desliz.
En fin por eso repito,
quiero rutina y descanso,
no saber lo que no alcanzo,
sí saber qué necesito.
Al fin de tanto que cito,
sólo me falta un fiel beso,
cada noche en el regreso,
cada día en la jornada,
de un nombre que en la llamada
se me funda hueso a hueso.
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01 10 13