Son sonidos tan sólo,
vibraciones del aire inanimado,
sones inaprensibles
que, fugaces, aislados, solitarios,
apenas llegan a tener sentido.
Y, sin embargo, unidos,
enlazados, trenzados, combinados
por la magia insondable
de una privilegiada mente humana,
¡qué grandeza infinita
consiguen alcanzar!
¡Qué mundo prodigioso
de sublime belleza evanescente
capaz ha sido el hombre de crear!
¿Cómo intentar, osado,
explicar con palabras el milagro?
¡Ese mundo divino
de armonías etéreas,
de excelsas melodías ideales,
enaltece glorioso
la deplorable condición humana!
¡Qué colosal riqueza
de profunda pasión y sentimientos
llega a expresar este sutil lenguaje!
¡La paz inalterada,
el grito desgarrado de dolor,
la alegría exultante,
el amor, la amargura, la ilusión,
la afligida tristeza,
la fuerza arrolladora,
la arrebatada ira,
los anhelos del alma apasionada,...
todo está allí, en un simple pentagrama,
inexplicablemente contenido!
¡Qué portento admirable
el mundo fascinante de la música!