1
La música, la atmósfera enlutada
junto al abdomen de Eros, mi Circeo
de barbas verdes sobre la palestra.
Aquí se ahogó mi encanto, oh maravilla,
oh inhóspito rugir de las palabras
en mi aliento de fiera, no lloréis,
he venido por ti, porque te quiero,
porque anhelo enredar los firmamentos
en tus ojos rasgados por la lluvia,
en tu mirada rota y de horizontes
que acarician abismos como hermanos.
He visto en ti mi hora más amarga,
mis delirios de Sísifo, de Orión;
mis venas, como vellos o raíces
atravesando el falo de los dioses,
que son dioses de guerra, de contienda,
de muerte como vida en plenitud
tras huir sordos todos los temores
por los que, antaño, fieles a su estruendo,
la boca del terror nos estiraban.
2
Cuando culmine todo, volveré
con mis alas de pájaro a tu mundo
que es mi mundo también, el que erigimos
sin saberlo, postrados uno al otro
en las tempranas franjas del achaque:
nuestro único desarrollo, nuestro
único sitio fértil con futuro.
Entonces, tras el agitado intento,
me encontrarán desnudo, y en mis versos
habrá una soga que les cuente todo;
mis pies delatarán mi nombre, sucio,
como el alma, y mi boca, como un puente
de estructuras moradas, les dirá:
todo el que sufre, sufre por su bien,
aunque ya nadie sepa bien por qué
y aunque a estas alturas poco importe.