Toco tu nombre con la punta de mis dedos,
descubro el escondite sin puerto de tus lamentos,
vislumbro la sombra de tu cuerpo entre
sabanas, te siento, te estoy mirando.
Las manos te desnudan, tocan arpegios
de tu vientre, y me poso como paloma
errante en la cúpula de tus dos iglesias.
Caigo como ave rota de tu pecho.
Deslizo espadas en tu pelvis, quiero
que te bebas todo este hastío, grita todas
tus preguntas hacia dentro.
Pero aun así no me dicen nada tus caderas,
ni tus brazos amarrados a los míos
solo algo me dice que eres mujer:
el no morder una manzana atorada
en tu cuello cada vez que yo te beso.