Y las gotas de lluvia cayeron sobre él, una suave brisa recorrió todo su cuerpo.
Hacía frío, y sus manos congeladas pedían al cielo, que cumplieran su deseo.
Sigue lloviendo y aquel muchacho llora, a dios le implora, no se rinde y sigue.
Suplica, llora, grita y reclama para que Dios, le haga caso,
ese ser superior ni siquiera baja a darle un abrazo.
La tormenta no cesa, ese muchacho reza.
Aquel hombre mira al cielo y le pide a dios:
¡Dios ayúdame a soltar esta carga que tanto pesa!,
no hubo respuesta, sólo tristeza.
Y al fin se dio por vencido, no sin antes gritar al cielo: ¡Dios te odio!...
El muchacho se quedó sin nada, ni siquiera con algo de fe en el alma.
Un ser sin esperanzas, mucho menos anhelos,
sin ganas de sonreír, ni si quiera ganas de vivir.
Un ser que ya no tiene fe ha caído al suelo.