4-09-13
Soñé con ellos. Que me hacían reír a carcajadas. Ella llenaba mis noches de felicidad y él se encargaba de las tardes. Siempre esperaba a que ella no estuviera, usualmente era para el mismo tiempo que me duchaba. Me tardaba horas completas y medias en bañarme, simplemente porque su conversación me atrasaba. Era todo un caballero, jamás se atrevió a entrar… no sé si a mirar. Me encantaba la anonimidad que me daban las cortinas de baño. Porque él me enamoraba contándome sobre su vida, sus metas; su visión sobre la vida. A la misma hora tenía que buscarla, eso me daba el tiempo para terminar de ducharme sin distracciones. Me daba el tiempo necesario para desencantarme de su voz y arreglarme para ella. Entonces ella opaca la Luna y las estrellas giraban en torno a su luz. Su sonrisa de miel me endulzaba las noches y las mejillas. Casi siempre salíamos a cenar, terminábamos con copa en mano y cuando sonaban las doce me regalaba un simple roce de labios. Le gustan los abrazos… el contacto de piel necesario y delicado. Me recorre el cuerpo entero, pero no sabe lo que proclama. Sus sentimientos están ocultos y él se desvive por ella. Me gusta complacerlos; eso me hace, feliz. Recibo a cambio sus sonrisas y eso me llena. Él sin tocarme se adentra en mi alma y la pervierte con cada pestañear; y si se queda mucho tiempo mirándome fijo, su mirada me quema la piel, me desnuda y hace el amor. (Cá½¹mo me enamora). Ah, pero ella… tan dulce ella. Sé sus secretos. Es como tenerla entre mis dedos y que se sienta libre; es que ella es más libre que el viento. Ella se deja caer en mí, en ocasiones solamente, pero sabe que la protejo. Le encanta abrazarme y dejarse acariciar por mis manos. Anoche me abrazo con el corazón expuesto… sentí que me amaba. Entonces, desperté.