Hoy he visto el cielo
azul, profundo e infinito,
y he visto el mar
de tan igual manera
que pudiera confundirlos.
Y el horizonte era una línea
y la vida se esparcía
como barcas alrededor.
Entonces me dediqué
simplemente a escucharme
y el silencio era tal
que podía sentir un hueco
y mi corazón latiendo
en una melodía de tambores
pulsando al compás
del aleteo de una mariposa,
y supe que era bueno
y supe que era un sueño,
sentimientos
de los que en la vida ya no hay.
Decidí dejar algunas huellas,
ilusión,
y con una pequeña rama
escribí en la arena su nombre:
“Nube”
Y vi dos pájaros volar,
lejos,
emigraban
a un país llamado deseo
entonces
supe que el dolor
también se deletreaba “distancia”.
Y miré hacia el bosque,
y recordé aquellos robles
y aquellas flores
y el aroma a su piel fresca y tierna
como cerezas
y sus ganas y su boca,
entonces el viento tenue silbaba
la triste melodía del recuerdo
y ella aparecía ausente
en la senda del amor.
Busqué y busqué
aquel signo en las cortezas,
aquellas mismas huellas
de las que tanto escribía yo,
podía ver el cielo
límpido, vacío
y las ramas hacia lo alto
hiriendo su alma
llorando rocío,
pidiendo perdón
y deseé que fuese tormenta
para lavarnos las almas
y así limpiar todo rastro.
Entonces vi
como cada hoja
se hacía un poema,
el cielo se confundía con las olas
y los robles con las barcas
delineándome el destino
nublándome los ojos
y como cada renglón
se hacía escalera
y con cada letra,
cada nota
hacia ella
subía yo.