Alberto Moll

Desde la edad provecta

 

Cansados, muy cansados, los pies ya no obedecen.

Cansado, muy cansado, el corazón naufraga.

Larga fue la andadura aunque la siento breve

cuando ahora la contemplo desde lomas lejanas.

 

Un deambular diverso, de erráticos vaivenes,

de afables armonías y ásperas disonancias,

de presencias y ausencias, de eriales y vergeles...

Así ve mi camino mi mente avejentada.

 

Una vida agitada entre humanos torrentes

que azarosas ventiscas implacables arrastran

por este turbio mundo que creó nuestra especie:

este caos absurdo de danzas alienadas.

 

Con claridad percibo, en mi edad decadente,

que hubo frutos y espinas, savias dulces y amargas

en aquellas praderas de ilusionantes verdes

que en instantes muy breves poblaron esperanzas.

 

Y tiempos encrespados de turbiones hirientes

que a su paso dejaron frondas desarboladas

en las simas profundas de mi intelecto inerme

sembrando cicatrices como estelas de lava.

 

Nada nuevo en esencia. Ni nada sorprendente.

Mi efímero viaje, de trascendencia falsa,

por este astro perdido en un cosmos ingente

es aún más diminuto que un átomo de nada.