Mentabas la soledad como un destino
que te urgió en un incierto cruce,
un irremediable destierro
donde siempre habitaría la borrasca
para atormentarte de recuerdos.
No decías que untaste tu mirada
de óleo escarlata, ni que anduviste
estrujando pipas de girasol
tras el sueño dorado de una vacía,
la panacea aleatoria y recurrente.
Andabas, como de costumbre,
estático en tu sillón, fósil,
frente al televisor y a medio vaso
de ginebra barata
y con el disecado halcón empolvado
gravitando tus cabellos sobre la estantería
como custodiando a un muerto prematuro
embalsamado en sus raídos recuerdos,
solitario al fin.
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