La flor silvestre
crecía sin enojos
bella como siempre
entre los abrojos.
Y aquellos hirientes
creyendo deslucirla
querían hundirla
al verla floreciente.
Lo que no sabían
esos susodichos
es que ella florecía
en un mundo distinto.
Y cuando los espinos malos
crecían malintencionados
ella mostraba más belleza
porque era la princesa
entre aquellos cardos
pues lucía mejor
siendo única flor
en aquellos lados.
Autor: Alejandro J. Díaz Valero
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Maracaibo - Venezuela