¡Señora mía! y la llamo así porque la quiero,
como quiere el rocío a la rosa temprana.
La quiero con el áureo esplendor de la mañana,
que alumbra su rostro sobre el sendero.
¡Señora mía! le repito con gran esmero
que su amor y mi amor son finalmente:
agua de río, que brota de la misma fuente
y forma su cauce por un solo sendero.
Podrá caminar mundos tal vez diversos,
esperando un amor como el que le ofrezco;
mas el andar señora: tiene finales adversos.
Quizás piense usted, que no la merezco
por ser un simple poeta con versos.
¡señora mía! por ser mi musa le agradezco.