- Papá, dime una cosa:
¿Es verdad que las flores
cuando llega la noche
tienen alas brillantes
y que pueden volar
como las mariposas?
- Así es, hijo mío.
Cuando el sol ya no alumbra,
las más hermosas flores
despliegan luminosas
alas de mil colores.
- ¡Pues desde mi ventana
yo nunca las he visto!
- Ni nunca las verás.
Ni desde la ventana
ni saliendo a la calle.
Pues, dulces y discretas,
van volando invisibles
para cumplir alegres
una noble misión.
- ¿Y qué misión es esa?
- Una misión muy bella:
Sin que podamos verlas
volar ante nosotros,
acuden amorosas
a inundar con su luz
esos sueños risueños
de los niños del mundo.
- Y... ¿de todos los niños?
- Sí, hijo mío, de todos.
Pero, principalmente,
de aquellos que despiertos
padecen sed y hambre.
- ¿Vuelan a ellos primero?
- Así es, pues al menos
al dormir les alumbran
ilusiones felices
antes de que, de nuevo,
despierten en su mundo
de miseria y olvido.
- ¿De miseria? ¿De olvido?
¿Nadie se acuerda de ellos?
- No, cariño, alguien sí.
Como tú, también ellos
tienen sus tiernas madres
que con amor los miran...
con amor y tristeza,...
pues, aunque bien quisieran,
apenas pueden darles
unas pobres migajas
cuando lloran por hambre.
- ¿Y nadie les da nada?
¡Yo sí que les daría!
¡Al menos un pedazo
de mi almuerzo o mi cena!
- Tu madre y yo, hijo mío,
siempre colaboramos
con las nobles personas
que alimentos les llevan.
Unas, aquí muy cerca.
Otras, allá en lejanos
y míseros países.
Y muchas más personas
de todo el mundo ayudan.
Mas, desgraciadamente,
nuestra ayuda no basta.
¡Hay tanta hambre en el mundo!
- ¿Y más no puede hacerse?
¿Nadie más les ayuda?
- Hijo mío, es muy triste.
Mucha gente podría
salvar a todos, ¡TODOS!,
del hambre y la miseria.
Pero los que sí pueden
ni se acuerdan de ellos
ni les importan nada.
- Pero, papá, ¿qué dices?
¿Por qué? ¡No lo comprendo!
- Hijo,... eres aún pequeño
y hay cosas complicadas
en este mundo nuestro
que entender aún no puedes.
Yo, a pesar de mi edad,
tampoco las comprendo.
Mas al pasar los años
poco a poco irás viendo
cómo funciona el mundo.
De corazón deseo
que veas muchas cosas
que no te gusten nada.
Y, quizás más valiente
que este tu pobre padre,
luches para que nadie
sufra pobreza y hambre.
Si a esa lucha te lanzas
vas a sufrir, ¡seguro!
Pero el mundo, sin duda,
honrará tu recuerdo
como el de tantos héroes
más grandes y valientes
que esos que tanto admiras
de tus cómics o juegos.
Mas ahora, hijo mío,
dame tu dulce beso
como todas las noches
y acuéstate y descansa.
¡Duérmete, y que tus sueños
de universos felices
sean iluminados
por las brillantes alas
de millares de flores!