Alberto Moll

Padre e hijo

 

- Papá, dime una cosa:

¿Es verdad que las flores

cuando llega la noche

tienen alas brillantes

y que pueden volar 

como las mariposas?

 

- Así es, hijo mío.

Cuando el sol ya no alumbra,

las más hermosas flores

despliegan luminosas

alas de mil colores.

 

- ¡Pues desde mi ventana

yo nunca las he visto!

 

- Ni nunca las verás.

Ni desde la ventana

ni saliendo a la calle.

Pues, dulces y discretas,

van volando invisibles

para cumplir alegres

una noble misión.

 

- ¿Y qué misión es esa?

 

- Una misión muy bella:

Sin que podamos verlas

volar ante nosotros,

acuden amorosas

a inundar con su luz

esos sueños risueños

de los niños del mundo.

 

- Y... ¿de todos los niños?

 

- Sí, hijo mío, de todos.

Pero, principalmente,

de aquellos que despiertos

padecen sed y hambre.

 

- ¿Vuelan a ellos primero?

 

- Así es, pues al menos

al dormir les alumbran

ilusiones felices

antes de que, de nuevo,

despierten en su mundo

de miseria y olvido.

 

- ¿De miseria? ¿De olvido?

¿Nadie se acuerda de ellos?

 

- No, cariño, alguien sí.

Como tú, también ellos

tienen sus tiernas madres

que con amor los miran...

con amor y tristeza,...

pues, aunque bien quisieran,

apenas pueden darles

unas pobres migajas

cuando lloran por hambre.

 

- ¿Y nadie les da nada?

¡Yo sí que les daría!

¡Al menos un pedazo

de mi almuerzo o mi cena!

 

- Tu madre y yo, hijo mío,

siempre colaboramos

con las nobles personas

que alimentos les llevan.

Unas, aquí muy cerca.

Otras, allá en lejanos

y míseros países.

Y muchas más personas

de todo el mundo ayudan.

Mas, desgraciadamente,

nuestra ayuda no basta.

¡Hay tanta hambre en el mundo!

 

- ¿Y más no puede hacerse?

¿Nadie más les ayuda?

 

- Hijo mío, es muy triste.

Mucha gente podría

salvar a todos, ¡TODOS!,

del hambre y la miseria.

Pero los que sí pueden

ni se acuerdan de ellos

ni les importan nada.

 

- Pero, papá, ¿qué dices?

¿Por qué? ¡No lo comprendo!

 

- Hijo,... eres aún pequeño

y hay cosas complicadas

en este mundo nuestro

que entender aún no puedes.

Yo, a pesar de mi edad,

tampoco las comprendo.

Mas al pasar los años

poco a poco irás viendo

cómo funciona el mundo.

De corazón deseo

que veas muchas cosas

que no te gusten nada.

Y, quizás más valiente

que este tu pobre padre,

luches para que nadie

sufra pobreza y hambre.

Si a esa lucha te lanzas

vas a sufrir, ¡seguro!

Pero el mundo, sin duda,

honrará tu recuerdo

como el de tantos héroes

más grandes y valientes

que esos que tanto admiras

de tus cómics o juegos.

Mas ahora, hijo mío,

dame tu dulce beso

como todas las noches

y acuéstate y descansa.

¡Duérmete, y que tus sueños

de universos felices

sean iluminados

por las brillantes alas

de millares de flores!