¿Conoces la galanura del colibrí y su angustiado vuelo?
Entonces te ha llegado una bendición del cielo.
Quise así, remontar espacios,
Pero era tan grade aquel jardín
Que me semejé volando con sideral
Encanto, por los ignotos frescos al mirarla.
Y de niño a hombre fue un espacio
Que birlé a la vida para no dejarla
Coartar mi trova que se hacía adulta;
Queriendo volar alto, muy alto...
Y más que olvida recordar el vertical vuelo,
Interrumpido por los briosos de Dante: Minos y Apolo.
Rondas y más rondas enclavadas en mitad del alma,
Con las danzas que cubren los desvelos de Baco inferno
Como buscando el oreo en mí, ya descubierto.
Caminos de mi vida que van y vienen,
Adornado de castellanas rosas, hispanas flores
Y el séquito adormecido de gladiolos
Enternecidos y amantes prendados de un adonis.
Pero, es mi verbo que busca la rima adulante del idioma
Para dejar plasmado en ricos aromas los veteados paisajes
Y las sinfonías que en su ocaso saludan la mística figura ya pronta.
Nacido de un regazo níveo, me fue imposible jugar con barro
Por lo que el alfarero -maestro- no me tuvo con alumno, sino de criado.
Y aquel árbol frondoso se izó sobre los bosques fríos,
Cautivando el calor de Ra y haciéndose un mago de Oz
Con su follajes de hojalata que le arropaban el sueño.
No era el último árbol, ni el más adusto, ni el más sureño;
Y su savia exudante regaba los dormidos horcones;
Festejando la vida, creciendo en empeño, despertando aguas,
Enmudeciendo celos y tirado de un carruaje fue a su vuelo.
Allí sigue con la misma hambre, con el mismo polen;
Seduciendo almas, alegrando arrugados espejos
Y con una gracia que siente en su empeño
Como dueño de las cosas…, aquellas que no tienen dueño.
...
Theo Corona
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