Me fascina ser este hombre,
para encontrarme inquebrantable
en la inmensidad de mis diferencias,
con un pene que no me destine ni encadene,
con la piel henchida de ternura en mis ojos,
para saberme más humano,
no dueño, no amo, patriarca o tirano,
exquisitamente sensible,
capaz de transitar espontáneamente
sobre los senderos de tus sigilos
con el tesón de mis turbaciones.
Ser este hombre,
con las huellas efervescentes
de debilidades,
palpitando con el gen de las incongruencias
en cada estación de mis espermas,
con la mirada diáfana del alma,
sin buscar a secas la carne altiva de tu espíritu,
sin los encadenamientos de los golpes,
sin la letal costumbre de los celos,
sin justificar inferioridades en insultos,
sin miedo a tus inteligencias,
los convencionalismos,
sin temor a los rosados o a los besos,
sin buscar perpetuar apellidos,
sin huir de escobas, ollas o limpiones…
Sencillamente así,
hombre versado de tus carestías,
centinela de tus luchas y caídas,
seguro de mi sexo,
guerrillero contra quien pregone tus sometimientos,
con mis pechos abiertos para descansar
nuestras profundidades,
y con los prejuicios arrinconados en el lecho…
Me embriaga ser este hombre de perceptiva envestidura,
inquisidor absoluto del “macho”,
con ese sexto sentido en la sangre que nos anuncie;
ser el compañero quien aprenda a volar en tu vientre
y escriba versos en tus pupilas en ciernes,
con mi mano en la tuya para que me guiés,
cimentando amaneceres y desflorando trivialidades,
erizando los nocturnales encuentros
de nuestros revoloteos…
Hombre, sencillamente,
pisoteando siglos de opresión fálica,
incinerando soeces piropos y atisbos lascivos
con las cenizas enérgicas de las hogueras
entre mis dedos,
en donde tantas veces te han intentado quemarte;
amante de tus enigmáticas resignaciones y
revoluciones,
contigo en la trinchera esperando nuestro turno,
únicos, inmersos en la diferencia,
pregonando la más profana y
consagrada de nuestras alianzas,
con las victorias entre nuestros labios,
hombre frente a vos, mujer,
viviendo en libertad,
sin tapujos ni etiquetas,
con el constante oscilar de nuestros renacimientos
cada quien,
en sus manos,
con la otra mitad de nuestras diferencias.