Una balada en el camino
Espero llegar vivo hasta mi muerte,
que no se me interpongan los doctores,
las pústulas del odio, las mujeres
que de mi no quisieron más vástagos ni brindis.
Espero que las horas me permitan
dar cuenta de los años que me han dado,
de los que conquisté y los que trafico
tras el atajo hacer verdad adentro.
No hay nadie que se libre del sepulcro,
la cosa es ir allí llenos de flores,
de bocas que besar, de conclusiones
a favor de la hazaña desplegada.
Me admiro de los pocos que en silencio
emprenden la aventura y la comparten,
regalan su ascensión como araucarias
que frutos y piñones dan al mundo.
Me alegro de los muchos que comprenden,
sin requerir mayor ceño o sinapsis,
que estamos de prestado en este mundo
y que nada es nuestro más que aquello
que aquí mismo dejemos para siempre,
un beso en cada piel, una montaña
ya lista para hacerse catedrales
o puentes o escafandras al abismo
de tanta eternidad que no tendremos.
De pronto sé que vivo porque ríes,
vayamos pues a hacer más travesuras,
a amarnos sin tardar, a poner vieja
la mesa en que cenamos con amigos,
a entrar al cine aquel de los recuerdos,
la cinta en blanco y negro nos conquista
y la banda sonora será hecha
del temblor de tus palabras tras el beso.
Espero que las muertes cotidianas
sucedan como son, sin gran sarcasmo,
mil pelos menos cada vez, dos estertores
y en el baño hay que arreglar una gotera.
El resto proseguir con la partida,
trabajo y más trabajo, una sonrisa,
un plato de cazuela, ciertas charlas,
después volver a casa tras la luna
y en el sueño pedir volvernos niños.
Un día así será y preguntaremos
de quién son estas alas al espejo,
de quién son estas flores de los deudos,
por qué ya no podemos saludar a nadie.
Entonces reiré como quien parte
naranjas en un plato y te convida,
qué dulces, me dirás, qué más hacemos,
yo entonces te diré seguir siendo felices.
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11 10 13