Tus ojos son el espejo en que me mido.
Tu mirada de espiga clara
es hija del cielo entreabierto
donde resaltan estrellas de vidrio.
Tus labios son una rosa cargada de rayos
argentos que semejan una ostra de plata.
Con la perla amarilla miel que viertes
mi enamorada,
en mis labios de copa,
como si una nube descargara en mi boca
todos los poderes del vino.
Tu rostro se emparenta con astros blancos
y en la majestad del lirio encendido
surgen alas migratorias de vientos vastos.
Suben de tus pómulos dos tórtolas albas
y emergen en tu frente golondrinas del rocío.
Vuelan en torno al círculo de tu tejado y
en tu pelo de agua se bautizan en dorado.
Ven a mí con tus manos de lene aldaba,
trae la magnitud de tus senos en abra
levitando, vida mía, con tus pies ligeros,
herederos de la tierra y su sangre moldeada.
No por ser nieta del diamante
olvides tu alma de conquista
porque andará la ceguera en mi vista
y en mi corazón te seguiré llevando
como un himno constante
glorificado en los pelos
incrustados del pecho.
Mecenas soy de tu arte,
tú la religión hacia donde vuelco
la oración que rezo pausadamente.
Porque yo te amo más que al dije engarzado
y mucho más,
que las violetas cantando a tu lado.
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