Los fantasmas del bar
rondan sus noches trasuntando miedos.
Anidan detrás de los roídos mostradores
sin mostrar sus alucinantes encantos.
Ellos sobrevuelan como aves furiosas
sobre las mesas mortecinas que subliman mil estrellas
y acaparan el anhelo perdido de los poetas muertos,
de los fabuladores insufribles,
de las más bárbaras convicciones inciertas.
Esperan que las ánimas reposen
en su letargo lejano y sombrío.
Cada vez que se juntan susurran cosas incoherentes
pero siguen circundando el bar de la esquina,
donde se dieron cita
infinidad de sobrevivientes de las tempestades críticas,
que obligaban a adentrarse en un mundillo non sancto
en el que canallas encanecidos
dibujaban exhaustos paredes corrompidas
con besos y fluidos mal olientes.
Fantasmas de la noche, del día, de la tarde
derramando en silencio sus ocasos,
fracasos que invitan a vagar por las aceras mirando hacia abajo.
Fantasmas que subyacen en las barras
manchadas por humedades tornasoladas
que hacen juego con su piel y con su alma.
Fantasmas que discuten un truco gallo
porque el siete faltó en la baraja
y en las yemas desgastadas por los naipes
se divisa una acción incontrolada.
Ellos son los tristes fantasmas del bar,
poco a poco van nutriendo su morada,
ya se juntan porque el tiempo antojadizo,
es capaz de anularles la jugada…