A veces hay que ser la tristeza
y hundirnos en nuestra misera oscuridad,
llorar sin detener la tormenta,
y sentir en todo nuestro cuerpo el dolor de la realidad.
Fundirnos con el miedo,
gritar nuestros lamentos,
y decirnos sin remedio,
como nos duele la verdad.
Para renacer con el pecho descubierto,
sin mentirnos los secretos,
y levantarnos deshechos,
con toda sinceridad.
Para renacer auténticos,
fundidos y completos,
en todo nuestros aspectos,
de tristeza y felicidad.
reconocernos perfectos,
luminosos y siniestros,
para que nuestro corazón,
alquimista por derecho,
transforme lo putrefacto,
en amorosa libertad.