Sara (Bar literario)

Del silencio que no alcanzó a inventar-nos

No hacía falta, no hacía falta callar, ni morderse la espesura de lo inevitable,

Como ruido agitado en la boca de una madre...

Una madre que se parece a un pájaro, cuando canta de la vida que tuvo antes de nacer en la anacronía de su amor.  Una anciana la mira desde la felicidad que prepara en la cocina.

No quería decir nada de eso, ni de lo otro, pero descubro que mi alma está tan llena de viento que flota junto al vicio del vacío que no deja de fecundarnos.

 

 [ Nada puede ser cierto, nada real, hasta que decides invocarlo]

 

Provocarlo, al tocar el timbre de una casa vieja, con los labios pintados de mimbre y colores que agitan las ramas de tu cabello desde la sepia de algún amanecer.

 

[Nunca fui yo, nunca. Me deshago. Me duelo.  Y aún no he jugado, mis propias barajas]

 

No hace falta caer en tus brazos, ni pronunciar tu nombre al igual que una piedra perdida en la edad del fuego. No hace falta alabar tu fe si pronuncio tu amor como cóncavo del pecado.

 

Te puedo prender en mi olvido, cual mañana en que separé de mis ojos, la bondad heroica que circula en el mundo como vena de un corazón con marcapasos.

 

Así, a la mar, puedo escribir de ti y escoger el momento para encallar mi cuerpo a la levedad de su designio. Ahora, deshago tu cuerpo de mi memoria, solo para vivirte más, para tenerte más.  Y apenas eres, la promesa de resurrección que dejé suspendida, en algún horizonte...

 

Nunca existes, nunca eres, sino en la pausa absoluta de algún infinito sueño.