Nací rojo-sandía.
En rebeldía, (quiero decir).
Mi maestro Don JUAN
(que en la Gloría estará),
con 12 años me obligó
(sí me obligó),
a leer el Cantar del mío Cid
en castellano antiguo.
(Infumable).
Mientras otros lo leían
yo fumaba
cigarrillos sueltos a peseta.
Me salvó de la monotonía
un andaluz de Jaén,
hijo del comisario MÁRTINEZ
y de la ama de casa SABINA.
Me gustó su mal-canto, su voz ronca,
su buena rima y una rebeldía,
casi-casi como la mía.
Poco a poco el triciclo de mi niñez
se quedó sin frenos.
Cuesta abajo,
(y sin frenos y con 20 años),
un cartero, (que no conocía a NERUDA),
me dio una carta.
Querían vestirme de verde-oliva
y Yo; Yo era rojo-sandía.
Con pié y medio en la cárcel
me salvó un milagro,
y no visité la mazmorra fría.
Mis manos no tocaron un fusil.
Mis manos sí tocaron otras manos,
y un lápiz, y una goma y un sacapuntas
para sacarle punta a penas y alegrías.
Y ahora en este presente en crisis,
en este presente imperfecto,
oposito para tener una plaza
de juntador de palabras.
LEUGIM PACAND