Valeria portadora de mi ilusión:
Dejaste tu impronta quiescente;
admito que sigo enamorado.
Pero quiero que nunca olvides,
qué es de tu ilusión la que he mencionado.
A tí no te amo ni repudio,
más la reminiscencia es terca y profundizo,
en las noches donde la fantasía,
era más que un bello recuerdo.
La marca que has dejado siempre estará en mí,
más la flagrante realidad curtió un nuevo perfil.
Del endeble sortilegio que pensé atesorar,
al robusto sábio que aprende a diferenciar.
¡Soy un hombre de palabra! ¡Lo sabes, yo no miento!
En mi tumba habrá un epitafio que hiera tus sentimientos...
Y no será intención propia perjudicarte,
será mi tumba entonces, un espejo de tu acuciante;
de nuestras horribles equivocaciones.
Cierra los ojos amor mío, despide mi cuerpo frío y deja rodar sobre mi ataúd...
esas hermosas lágrimas, que alimentarán por siempre a las flores que,
en la lúgubre soledad del suplicio mortuorio, serán mis compañeras,
por una astringente eternidad.
BL.
PD: Por mil años de amor, yo estaré amando y esperando esa ilusión que jamás llegará, ni en la noche serena y mucho menos con el calor del sol. De primavera al invierno, esperaré, aun que sé que nunca llegarás. Al fin de cuentas, podrás regocijarte con las cenizas exhumadas de mi portavoz, un cuerpo que te amó de manera inigualable. Queda ahora mis palabras, selladas en el libro de la vida, en un espacio para poetas, donde seguro, jamás encontrarás mi poema.
Para: Valeria De: Eduardo -
CC by-nc-nd 4.0 -
Black Lyon