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Cuando las sombras se alargan queriendo llegar más allá de toda empresa, y nadie queda en la casa que parece crecer a cada minuto; recupero la soledad como quien sacia un hambre primitivo. Al principio cuesta acomodarse, esta condición no es frecuente, tanta quietud que ni las sillas crujen, más el inevitable silencio a salvo de aparatos que transmiten todo lo que no importa. Además, renuncio ex profeso a cualquier distracción artificial, porque así un mejor goce acontece. Tal vez afuera repique la lluvia, dando ese toque especial que la caracteriza y logra trasladarme, instintivo, a parajes fuera del molde. La respiración apenas fluye, porque internamente hay algo muy callado y sublime, a lo que prestar suma atención. Ya trepa la noche por árboles dormidos, por paredes abandonadas a su suerte. Ahí uno encuentra la oportunidad de discurrir sin apuro, a su antojo, desmadejando esa ficticia trama que bautizaron realidad. Momento de estar conciente de sí, y descubrir las causas que nos han traído hasta la circunstancia presente.
Luego, escribo