Con mi propio coche, estoy siguiendo
a mis dos hijos, que conducen delante de mí.
Aunque en realidad,
voy detrás de unos coches posteriores
al de ellos, para que no puedan verme.
Los persigo. Deseo saber hasta dónde llegan.
Detienen su coche, bajan.
Me quedo un largo tiempo esperándolos.
Veo salir a uno de ellos corriendo,
lo llamo, gritándole su nombre,
se da vuelta,me mira,
y sigue corriendo...
Me quedo esperando a mi otro hijo.
Llega una ambulancia,
y lo cargan en ella.
Ambos estuvieron en actos delictivos.
Al que subieron en la ambulancia,
había asesinado a un traficante de drogas,
porque ambos necesitaban dinero.
Les robaron todo lo que tenía,
y uno de ellos, el de la ambulancia,
lo asesinó a balazos.
Resultó malherido,
y ahora lo están llevando
al sanatorio.
Mis hijos han sido dos asesinos.
Por un error, mataron a mi esposa,
madre de estos malos hijos.
Voy al sanatorio.
Mi hijo está muy grave, al borde de la muerte.
Me quedo en la habitación con él.
Está con oxígeno
y tiene colocados electrodos y sus
anexos de control de vida.
Le saco los electrodos,
y los coloco sobre mi pecho.
Acaricio sus cabellos.
Tomo una almohada,
se la coloco en su rostro,
y aprieto, aprieto...aprieto...
hasta dejarlo sin vida.
Vuelvo a colocarle electrodos.
Salgo corriendo a la galería
y llamo a los profesionales.
Vienen corriendo hacia la habitación.
Maté a uno de mis hijos.
Constatan su muerte natural.
Sin saber que yo, su propio padre,
lo maté sin piedad,
sin remordimientos.
Asesino de mi propio hijo.
No podía seguir viviendo,
habiéndome enterado que por culpa de
mis propios hijos, por un error,
mataron a mi esposa,
al intentar robarles
las joyas de nuestro propio negocio.
Por ellos, mi esposa falleció.
Me convertí en asesino
de uno de mis hijos,
porque por culpa
de una idea mal calculada,
asesinaron a mi esposa.
Nadie se enteró de mi crimen.
¡Asesino de mi propio hijo!
Autor: Hugo Emilio Ocanto
Derechos reservados
19-10-2013