Me derramo sobre el manantial de tus pupilas
para dibujar la infinitud de tu esencia
con mis letras.
Me encuentro con jardines eternos
aventados por brisas perfumadas
que bailan al ritmo de tus parpadeos.
De un llanto inesperado,
caigo por cascadas saladas, polvorientas de estrellas, a tus manos.
El paraíso nunca acaba,
porque como dos pedazos de cielo tibio,
me sostienen y adormecen
en una siesta mágica.
Sonríes con tu rostro floreado
y los pájaros nos alzan y pasean
por los rincones de tu alma,
donde amanecen, continuamente, tus encantos
para manifestarse y brillar
en las afuera de su fábrica. En los tuyos,
en tu sangre.
Podría dibujar una y otra vez,
los relatos de tu esencia
con mis letras,
aunque sólo son letras
y no se asemejan
al mundo sublime que entraña una madre.