Que lejana me siento esta noche. La noche es inmensa y me duelen los huesos. El frío del piso quema y mis débiles pies descalzos ya no pueden con el peso de mi cuerpo. Pero siguen, poco a poco abandonan el olor a penumbra de la habitación. En el pasillo se ve la luz de la luna, el perro ronca. Ningún ruido puede atormentar su sueño. Mis pies continúan. De pronto se interrumpe la luz en la esquina de dos puertas cerradas, mi silueta se desvanece en esa oscuridad. Mi mano busca la perilla en medio del vacío negro que hay entre mi cuerpo y la puerta. Encontré la perilla. Abro la puerta, otra vez la luz tenue de la luna dibuja mi silueta de madrugada. El piso está aun más frío. Después de unos minutos puedo exhalar paz. Retomo el camino. Cierro la puerta dejando prisionera a la luz. Paso de nuevo por el pasillo el perro sigue roncando. Vuelvo a la habitación. La cama me envuelve en su calor, el sueño toca la puerta y con ansias lo dejo entrar hasta estar ausente de la realidad una vez más.