Su belleza no aparece en el primer instante;
de fuera a dentro, ella pasa desapercibida:
cálido paisaje de un país cercano, casi conocido…
Su belleza la descubres cuando menos te lo esperas,
sin apenas darte cuenta; porque ella es sencilla,
pura y esquiva como los pájaros del Alba, que no saben…,
que no saben que su increíble canto hace que rompan
los colores sagrados del Aurora…
Así es ella…
Jardín florido y fuente… Fuente de aromas por fuera,
discreto bosque azul; verde y profundo Mar por dentro.
Dulce aroma del Alba que te estremece y te embauca…
Su voz, su mirada, casi inocentes, y su sonrisa
saben a violetas silvestres, violetas que se apoderan de ti
sin darte cuenta, sin avisar… Y sin poder dar marcha atrás…
Terrible hechicera… Embaucadora…; como los ángeles,
que te visitan una vez (máximo dos) en toda tu existencia;
durante algunas horas (no más);
ángeles que te cortan el aliento,
hasta perderlo;
que te cortan tus alas
sin piedad alguna…
Así es ella.
Como todas las diosas,
ella no sabe,
ella no puede saber que su belleza es terrible;
terrible diosa, con carne de brisa salvaje,
insoportable:
piel de Luna,
fresca como el rocío,
verde como la menta:
Asombro divino.
Peligroso embrujo, exquisito vino…
Yo me prohibí encontrarla,
me prohibí amarla de veras, pero…
ella se empeñó…
Se empeñó en “arrastrame-a-ella” (en “se-ducir-me”) [1]…
Fue ella quien se empeñó -lo juro-, no yo…
Verde tormenta interior, embriagadora;
demente…
Piel de Luna Creciente,
fresca como el rocío, Verde como la menta,
“pecado mortal” para el alma…
Así es ella.