Esta es la historia real
que yo viví esta mañana.
Abandoné la poltrona
cuando sonó la campana
para acercarme a comprar
a un cercano Mercadona,
como va siendo habitual.
Entré en el supermercado
-meto un euro en la ranura
del carrito con premura-.
y comienza mi andadura.
Ahora cojo algo aquí,
después aquello de allí,
luego eso de “hacendado”,
eso verde, eso morado,
para comer o cenar…
Y a la hora de pagar
me atiende una señorita
¡que guapa y qué jovencita!
-¡listos los del Mercadona!-
Con sonrisa angelical
miró el carnet de soslayo,
me espetó: ¡Oh, Donaciano!
¡un nombre muy original!.
Desde que trabajo aquí
nadie he visto con su nombre.
Tengo una curiosidad:
¿en casa le llaman dona?
¿sabe de alguna persona
importante o de renombre
que tenga su nombre igual?.
Yo, me apuré, la verdad,
y mirando a la chiquita,
respondí: además de un periodista,
un fraile de Ciudad Real,
y una persona cabal
que es la que tiene a la vista.
Cuando pueda vuelvo allí,
a ver si la localizo,
pues a causa del hechizo
que produjo sobre mi,
no pude leer la placa
donde su nombre aparece,
a ver si mi amor se aplaca
o el furor desaparece.
O a ponerme otra inyección
de ilusión y de alegría,
que me embargue el corazón
y me dure todo el día.
Desde aquí pido a don Juan
Roig, el dueño de Mercadona
-perdón por la intromisión-
que suba el sueldo a esta “dona”,
que le ponga un pedestal
por su trato tan cordial
y además, lo digo yo,
además, por ser tan mona.