En un intento de amarla
se desvaneció como humo en la ventisca.
Altero mi sien y hoy,
en el tiempo y distancia, es una sombra de todo aquel.
Sembré un campo de amor por ella que vencido
sin remedio estoy obligado a podar.
¡Ja! la adoraba como no hice antes.
Sin embargo se enfrió la taza de café que la esperaba con la mañana.
Y mi clavel rojo de su amor, en agua se marchito.
Ese cardenal, inspirado para el canto,
se voló del alto de una rama.
Y bebí el café frio.
Y guarde aquel clavel marchito en un poema.
Y espere cantar al cardenal.
Más el trovador ya no estaba.
Ya se había ido. Ya se iba volando.
Vio el cielo y se quiso marchar.