Embelesados mirábamos el destino,
un juego sencillo que amanecía constante
como una esperanza seductora.
Al alcance, se velaba y desvelaba
entre un silbido melódico de viento
y un aroma reciente de mar.
Asentimos y dimos dos pasos
tumultuosos, atronadores, audaces,
resonando entre el paisaje
hasta sacudirlo con levedad.
En seguida se escuchó un portazo
y cuatro vueltas de llave
apresuradas.
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