Veronica Arteaga

A USTED LE SIENTA BIEN. (R)

Hubo un hombre que fué como los álamos.

Y  cuya risa era como    los pájaros de bronce de las campanadasque llaman a domingo.

Y sus pasos como anunciadores de  mañanas de sol y de otoños tranquilos en las patricias calles.

 y estaban, tutelares, Juan Francisco y Clara  Elena.

Y Pilar.

Después, la vida.

Y mi alma temblando sin  frio.


  

A usted le sienta bien.


A usted le sienta bien 

su camisa de seda,

el casimir inglés del elegante traje

la corbata de seda de impecable nudo

en torno al cuello.

El armazón de plata de sus lentes,

la sonrisa en los labios y sus dientes.

Impecables, perfectos como todo lo suyo

Para su mayor rentabilidad. 



A usted le sienta bien

su vasta biblioteca,

sus tratados de Historia,

el Exilio de Artigas y la Banda Oriental,

Oribe, Rivera y hasta el tirano Rosas

y la Modernización económica y social.

A usted le sienta bien

la dignidad de su incipiente barba

y la actitud displicente que le da

el adecuado marco de credibilidad

a su Legión de Honor, en Francia,

y La Orden de Isabel la Católica

en España y entre tantas

\"La desarticulación de la frontera demográfica

de la Banda Oriental\" y sus muchos,

muchísimos tratados de Historia. 



A usted le sienta bien

ese cielo extranjero que lo alberga

con todo ese verde afortunado

y poder ver ¿ porqué no ? en Lima

A \"la flor de la canela

con jazmines en el pelo y rosas en la cara...\"

Y de primera mano.

Quién lo sabe. Tal vez hasta recuerde un día

aquellas arboledas amadas y umbrías

que se volvieron grises durante sus ausencias...

A usted le sientan bien, su excelencia,

las voces que lo llaman y no lo encuentran nunca.


¿ Habitarán gorriones entre sus nuevos árboles?

¿Escuchará campanas en sus lejanas albas?

¿ Serán blancas las sombras entre sus blancas lunas ?



Tal vez el gesto más frustrante sea

el recordar a veces unos ojos serenos

y una mirada clara

con esa inoportuna presencia del recuerdo.



A usted le sienta bien el olvidar.

El pasado es solo un laberinto inconducente

cuando un nombre lejano apenas huele a nada.

Es como contemplar,

a una mariposa inmóvil entre dos cristales

con sus alas livianas.

A usted le sienta bien, señor embajador,

sentarse imperturbable detrás de su escritorio

y ver como lo enmarca el Pabellón Nacional

con su tranquilizador sol y sus franjas.

Rodearse de papeles y condecoraciones

que cubren eficientes sus íntimas carencias

en medio del Proceso de Integración Regional.


( Este poema, aclaro, es obra de ficción.

Cualquier similitud es pura coincidencia).



Cristina Cammarano.