RICARDO ALVAREZ

EL MÚSICO SE AMORDAZA LOS OJOS

El músico se amordaza los ojos

para liberar el sonido

a su antojo,

llevándola

a otro espacio del sentido.

En su bohemia

rasga las cuerdas

como un elefante herido

o un suave colibrí

que cimbra

en su mano que aletea y vuela,

vuela más allá de la armonía anémica

con sonidos que resuelve

su vena académica.

Su cuerpo se integra a las cuerdas,

con canciones de avenidas,

de laberintos y grietas,

protestas de blasfemias, sudados amores

que revive en su rictus musical de primavera.

Perdido entre sus vacuos pentagramas

parece golondrina alocada en elíptico planeo.

Se enquista en su ademán de piano y

deja con pasión uñas ensangrentadas

cual si cada tecla fuese puñal honrado.

Más nada le place más que sentir su mano

incansable rozando espacio de soles

o nostálgicas noches degustadas.

De los escombros de la nada

oxigena su instrumento el agitar

de sus fibras internas.

Se conmueve con estrépito el cuerpo

sin medida de distancia ni tiempo,

en la complejidad de una sinfónica o

en la simplicidad de una nota que al aire lo eleva.

 

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