Fernando Gabriel Arrieta

Señora extraviada

Otro pequeño a quien abrir los ojos,

otro capullo cerrado de hoja en blanco

cortando su mirada decaída,

la manta de un recién nacido siempre huele a esperanza,

ondeando en brazos de hamaca,

en cuna de sueños junto a la brisa de la estación,

su vieja estación del metro señora infinita,

señora de almizcle, señora vencida.


Usted ha perdido el tren y con el las ganas señora sin hijos,

perdidos sus pies, hay sueños rendidos.

Tú, dueña de altares campanas y ruegos,

dueña de cada plegaria lanzada a los cielos,

te has olvidado de ti, ya no sabemos mirarte.


Una mujer gastando codos con paciencia imperdonable,

esperas un alma digna

que encienda la humildad de mil fogatas,

que arranque luz de la sombra

y sepulte abismos del hombre…

pero nosotros solo transpiramos la vida,

lloramos alegrías y a duras penas

llenamos perfumes en jardines sin flores…

su misión no es esa señora del tiempo,

la fe es nuestra aliada, no quiera ser otra.


Del lado fugaz buscan su fachada,

es gente extraviada entre tantos colores,

porque tú querida mía,

no te buscaste sabiéndote perdida,

tiempo de abrir la ventana y anular los cerrojos,

habita de una vez el aire que respiro,

enséñame a volar te lo demando,

enséñame a sentir por favor te lo suplico.


No permitas que todo sea en vano,

no dejes que se aleje la ilusión

de los miles de mañanas inocentes

que entre parto y parto hacen cola imaginando la muerte.

Así me sobrevenga el final

le patearé el culo señora hasta que entienda,

usted no vende Coranes ni cruces de madera,

no reparte estampitas, usted no comercia su nombre,

usted renueva la vida.


Mueva el culo de una vez

y explique a los humanos que todos nuestros actos

entre cambios de estación la están matando,

verla triste me hace mal señora mía,

cuanto dolor tienen mis manos

en este atardecer de lluvia y silencio,

de saber en parpadeos que hoy agoniza.