Silvia está enamorada. Se estremece y suspira.
Se siente extraviada y en instantes delira.
Silvia se ha transmutado en una tierna hoja
que pende temblorosa del árbol del amor.
Su alma está turbada. Su rostro se sonroja,
un punto palidece, mas retorna el rubor.
Tan solo trece estíos de soles luminosos
por su vida han volado cual eventos jocosos.
Apenas aún sus ojos vislumbraron la vida
y apenas de este mundo conoce la aspereza,
pues en suaves vapores de terneza mullida
su niñez fue arropada, ausente de tristeza.
Era feliz y alegre su plácida existencia
entre infantiles juegos y cándida indolencia.
Pero un día de mayo -¡nunca mayo naciera!-
sus ojos virginales quedaron atrapados
en el rostro radiante, la mirada hechicera,
de un joven descendido de mundos encantados.
Y ese joven le ha hablado. Y su voz ha acrecido
con ecos transmundanos el incendio prendido
en el alma de Silvia, que ya vuela inflamada.
El imán amoroso germinó en nuevas citas
de estos adolescentes de emoción desatada,
y juntos descubrieron delicias inauditas.
Y Silvia ya no es Silvia... Silvia vibra aturdida...
En su espejo se mira y ve brillar la vida.
Donde antes veía casas y calles transitadas
ahora solo ve lirios, jacintos y amapolas.
Y todas sus vivencias las siente arrebatadas
como por un tsunami de apasionadas olas.
Sueña estando despierta en paraísos fulgentes
y sueña soles nuevos en sus horas durmientes.
En la noche le alumbra la lumbre de su amado
y, de día, su aliento sobre sus labios siente,
que esos primeros besos que Amor le ha regalado
han abierto gloriosa su flor adolescente
Silvia flota entre sueños de cielos fabulosos,
coloridos ensueños y cantos voluptuosos...
¡Sigue soñando, Silvia! ¡Soñando claridades!
¡Que aunque un día tus sueños expiren tristemente
y enfrentes la dureza de crudas realidades,
su luz en tu memoria brillará eternamente!