Ante el cuervo que grazna presencial,
bajo un cielo gris le han sepultado,
inerte en el ataúd yace posrado
no un muerto, sino un acto demencial.
Lágrimas han dejado de caer,
la lluvia humedece suelo y quebranto,
el tiempo en la oscuridad, sin saber cuanto,
pero el crespón de la muerte se empieza a ver.
No es la cruel estrechez de la tumba
ni la voz maldita de lo inevitable,
el beso negro del destino irrevocable,
sino el saberse vivo lo qu derrumba.
allí, el pensar es aliado y enemigo
obligando hasta el último hilo de cordura
tejer la fueza ante inminente locura,
apelando al milagro cual buen amigo.
Es la calma, prensa que oprime el pecho,
sujeción de mil fuertes manos,
son de infierno y cielo, hermanos
reclamando a un miembro por derecho.
Entre tinieblas sin estrellas su dominio
y la garra que asfixia los instantes,
vivo o muerto, de realidad los contrastes;
pero terror que corta su claro vaticinio.