Mientras su padre cerraba la tapa del contenedor Mariana lo contemplaba con tristeza. Su padre siempre había sido un hombre jovial, a pesar de los muchos avatares que padeció en su vida nunca había perdido el buen humor ni la compostura.
De vuelta a casa su padre siguió atrapando en el aire algo que en apariencia le molestaba, y mucho, todo cuanto recogía lo iba metiendo en los bolsos, y una y otra vez salía al contenedor para vaciarlos con rapidez, después sacudía las manos como con ánimos de que no le quedase nada impregnados en ellas.
Al final de tanta ida y vuelta se acomodó en su vieja mecedora, fue recogiendo de nuevo en el aire con gran delicadeza algo que guardó en su cartera. Después de depositar un tierno beso sobre ella la estrecho contra su pecho, y se recostó dejando su cabeza reposar sobre el bonito cojín que su hija le había hecho con mucho amor. Cerró los ojos y sonrió, sonrió con tanta alegría que su rostro reflejaba una gran paz.
Mariana le contemplaba con una tristeza perfumada de un gran consuelo. Su padre había alcanzado la perpetua dicha.
Autora:Luisa Lestón Celorio
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