EL MOSCARDÓN
Haciendo filigranas con su cuerpo flexible
el sabio moscardón,
se movía con su mirada fija en mi,
añadiendo tristeza a mi melancolía.
Subido en anaqueles repletos de la historia,
envejecidos para
seguir siendo lo mismo que en otros tiempos fueron,
pasto de las termitas cuando se alimentaron
del brillo y la pulpa,
de sus cálidas tablas pintadas con barniz.
Claveles, azucenas y rosas variedad,
habían sido expuestas en los bellos jarrones
que ocuparon espacios,
en las estanterías con ciencia acumulada,
tanta, que se podía considerar el súmmum
de toda la sapiencia.
Con ternura en los bordes de las mágicas ánforas,
guardando las canciones que no podían huir
de las risas sonoras,
que gravaban sus notas junto con los quejidos
de demasiada gente,
por el aire que expelen juntos al respirar,
creando un gran vacío que impulsa el corazón
espera ese refrendo del apoyo a la vida.
Pausada sensación de besos en hilera
buscando su acomodo,
sin poder escapar al ser ensalivados,
por la respiración enfrentada que no huye
al sentirse en su más bondadoso jardín.
II
Los accesos a las estrellas se encontraban
en caminos vedados únicos para mí,
por nada permitían que fuesen transitados,
sin antes ser citados para tal menester
y que las garantías serían probatorias,
de espacio en las alforjas
para transportar nuevos aces de luces
y rayos de recambio.
¡Y el moscardón que no podía comprender
la aventura del cambio de luz a las estrellas!
Pues solo las veredas que fueron atrevidas
sabedoras de menos valía en su poder,
ofrecieron pisarlas, ser sendas de la marcha,
tomando atrevimiento
de dar espacios a rosarios y novenas,
que indignaban a tantos parados cuando
pululaban sin trabajo saturados de rabia.
El moscardón volaba en las enormes cimas,
de Madrid e importantes y opulentas ciudades
de nuestro incierto mundo,
buscando los feraces sitios para mostrármelos,
señalar el contraste entre los babilonios,
palacios emblemáticos llenando el horizonte
de ruinas aledañas,
donde se cultivaban coscurros de pan duro,
y cerca, los llamados tugurios quita hambre.
La cuchara atacando los platos de semillas…
igual que si de un monstruo en vasija se tratara,
de legumbres ferrosas,
que estimulaban las
ganas de mover los
molares oxidados.
III
No se había escondido por nada el moscardón
esperando aquel día en ardiente horizonte;
en calles de Madrid y otras muchas ciudades,
en las que el contrapeso a su esplendor cautivo,
no suficientemente aguerrido y fuerte,
para impedir que en sus
despellejadas calles pelearan incógnitas,
con las demostraciones,
frente a las conjeturas que lo daban por bueno,
aunque sin protegidos placeres de concordia
lejana y triste, al ser vejada por desmanes.
Habían apresado con la concomitancia
de feroces acciones muy envalentonadas,
al dejar atrás a
la soberbia ridícula de poderes arcaicos,
que reflejaban con claridad meridiana
la miopía imperante,
sobre públicos claustros donde la bata verde,
se unía investigando públicas sayas blancas,
todos fueron cerrados por avasallamiento
en los recortes de
las espléndidas alas de inquieto moscardón.
IV
Espacio del saber se envilecía. ¡La ONU!
¡Yo esperaba encontrar el sitio majestad!
Pero se confrontaban los extremos rabiosos,
los márgenes de la feroz pomposidad
con el hambre sangrante,
derramada por los rincones de la tierra
donde el moscardón
hacía sonar su siseo majestuoso,
avisándome de
que entre las variedades florestas y sus villas,
existían razones,
manejando banderas,
mostrando decadencia,
de querida retórica que no era comprendida,
a pesar de ser la leal conquistadora,
de infinitos placeres de la dulce palabra.
Los dedos estilete mostraban contumacia
de dirección que iba,
a recorrer la gran cautivada sorpresa,
que se hacía notar entre enorme gentío
de nuevo en movimiento,
al haber superado enquistada parálisis,
porque esos dedos nunca se hicieron compatibles,
si la justicia hacía pronto su aparición.
Y dormitar tampoco quería el moscardón
haciéndome su cómplice,
no se paraba por la oferta de pasiva
quietud, centro de aquel ejercicio propuesto
con frases asomadas al profundo precipicio,
donde balanceaban,
las ideas marginales por no ser las creyentes
de un mundo solidario, con sabor a olvidados.