Nadie sabe como ha sido,
nadie sabe cómo fue,
de aquí partió una mañana
y nunca pudo volver.
Proclamaba por los caminos
que amaba a la humanidad,
y lo que siempre buscó,
no lo encontró jamás.
Seguía sendas pequeñas,
montes sin escalar,
se inventaba veredas,
que nadie volvió a pisar.
Él se alejó de su tierra
para el mundo a caminar,
y en el corazón de nadie,
pudo su nombre tatuar.
Era un hombre invisible
que a nadie le interesó,
por el mundo caminaba
y ni una huella dejó.
Fue un hombre que no tuvo
ambiciones de triunfar,
trabajaba para sí,
no tenía a nadie más.
El mundo no recuerda
a ese hombre que pasó,
lo recordaba su madre,
pero también ya murió.
No tuvo hijos,
ni siquiera un siquiera un furtivo amor,
y el único amigo que tuvo,
era Dios nuestro señor.
En él la huella profunda
de un hombre con soledad,
le acompañaba cuando iba
buscando siempre . . .
¡qué importa ya!
Alberto Morales Ureña