Una mujer respira el último minuto que le queda de vida. Se le acerca el final, su lecho de muerte es el ocaso de una temprana juventud. Pronto su cuerpo se convertirá, en los restos poco reconocibles de la mujer que fue en vida, pura zozobra e inquietud desmedida.
Dos horas antes, se la vio atareada escribiendo un poema que decía:
\"Oh, vida mía, asimilada a una extraña protesta
Vivo ésta vida que me resta
Sintiéndote nobleza
apenas caricias con pereza,
Saturada esta la herida
Y atrapada en su orgullo esta mi voz perdida
Jamás he besado los pies de ningún santo
Y como huesos atrapados en un manto
Caen en solemne olvido,
Y mientras no me quiten lo vivido
No dejare de decirte vida mía
Que habrá aun poesía
Mientras mi alma poseída por el vigor y el tormento
Diga en cualquier momento
Que feliz he sido sin romper mi juramento.”
Fue lo último que escribió en su modesto tabuco, el cual abandono para salir a pasear por un parque cercano. Vivía sola y apenas tenía contacto con la gente últimamente; era bien parecida con un extraño lunar bajo su ojo derecho que resaltaba aún más su belleza.
Un hombre de mediana edad lo esperaba, vestido elegantemente con un terno azul y ostentaba buena presencia. Conversaron allí parados, como si ambos estuvieran apurados, en un extrema del parque donde apenas había una pareja de ancianos que los veían con una tierna curiosidad, sin llegar a molestarlos.
Cuando la joven se hubo despedido ya nadie quedaba alrededor, ni siquiera su extraño acompañante el cual se retiró caminado hasta el final del parque donde abordo un singular coche rojo con lunas polarizadas, desapareciendo velozmente.
Ella regreso muy afectada a su pequeña habitación alquilada en el último piso de un edificio de cinco plantas. Subió apuradamente las escaleras y al llegar…cerró violentamente la vetusta puerta. Saco de su bolso una reluciente navaja de mango dorado. Entonces cogió el papel donde había escrito su último poema y al pie de página escribió lo siguiente:
“El amor hiere con amargura mi alma…el juramento se rompió…ya no podre amarlo…estoy cansada de todo esto….soy una víctima más de tu odio…”
Luego procedió a tenderse en el suelo y a quitarse toda la ropa. Se dio un fuerte tajo en la muñeca del brazo izquierdo el cual sostenía el papel. Y poco a poco, la sangre teñía con su color ese último poema, esa última estación en que puso toda su esperanza y que ahora se convertirá en un inútil papel ensangrentado que ya nadie sabrá nada de él, porque al fin y al cabo, tan solo será, un trágico, irónico e involuntario epitafio para el cual la victima nunca se preparó.
El cuerpo sin vida de la atormentada y joven escritora yacía allí, como un insólito y fúnebre retrato, porque nadie olvidara ese extraño y curioso tatuaje que se exhibía como una cruel sentencia sobre su piel morena, en donde se podía ver la figura de un corazón rojo sangrante el cual poseía alas blancas al costado y un filudo y reluciente puñal incrustado partiéndolo por la mitad; y todo esto sobre un fondo circular amarillo con dos ramas de laureles al lado y dos plumas de escritor cruzadas en forma de “V” y debajo una inscripción : A(amor)M(muerte)O(orgullo)R(redención)