A veces los ojos no les queda otro remedio más que mirar. Ahí es cuando los problemas empiezan a correr por la mente. Ese miedo inicial de no ver por accidente, lo que te mueres de ganas de ver, porque te lo han enseñado. Las cosas son muy relativas, especialmente cuando se trata de atracción. Entonces se siente por las venas el calor de los impulsos si llegases a ver por casualidad lo que deseas ver. Te sube la presión, empiezas a sudar y hasta la voz te tiembla. Cierras los ojos respiras por dos segundos te das vuelta y miras, medio asustado, pero miras. Te desilusionas un poco, pero el alivio es grande. Ya no tendrás que luchar contra la corriente de esas ganas de enloquecer en su cuerpo. Porque hace unos días el recuerdo de su piel te tenía y todavía te tiene la lógica sin concordancia y sus palabras de que estaba disfrutando te retumban en la mente como si el eco no tuviese fin. Se te desvían los pensamientos y solo escuchas las manecillas del reloj haciendo su alboroto. Quieres silencio, pero sus labios te distraen. Crees tener la fuerza, pero ahí va ella y te descontrola. Hay veces en que debes mirar porque sino las manos hacen de las suyas.