Pasaron los meses, Elena y Emilio conversaban muy poco, quizá por el temor de provocar algún disgusto entre ellos debido a las circunstancias en las que unieron sus vidas y además del aislamiento en el que se encontraban porque residían alejados del resto de la población. Elena pensaba proponerle que les alquilara o vendiera terrenos a algunos de sus trabajadores para que empezaran a poblar las áreas cercanas y que tanto ellos como sus familias pudieran vivir mejor y realizar de buena manera sus faenas, ya que se requería que estuvieran muy temprano en la hacienda.
Emilio siempre con el buen ánimo de complacer a su esposa accedió vender parte de sus propiedades para que artesanos del lugar viniesen a apoyar el funcionamiento de la hacienda, pero con la advertencia que nadie del pueblo de “La Esperanza” radicara en dichos sitios. Fue así como llegó Don Jorge, el que fabricaba yugos para los bueyes, arados y carretas. También la familia de Don Ancelmo quien trabajaba muy bien el aluminio y se dedicaba a elaborar silos (graneros) para guardar el preciado maíz y hasta las cazuelejas para el pan que a Elena le gusta hornear.
Tanto Elena como Emilio empezaron a sonreír más y a conversar sobre el progreso de la hacienda desde que varias familias se asentaron en el lugar fabricando cosas para las tareas cotidianas. Emilio ya no tenía que ausentarse tanto para conseguir materiales y la angustia por dejar sola a Elena durante esos viajes fue disminuyendo, de manera que se respiraba cierta paz en la casa. El canto de las aves inundaba la estancia como señal de la felicidad que rodeaba el hogar.
Durante uno de los viajes que realizó Emilio al pueblo de “San Agustín” donde se llevaba a cabo la feria patronal, Elena empezó a sentir algo extraño en su cuerpo y un calorcito especial le inundaba el vientre. Un poco preocupada consultó con una de sus empleadas y ella le sugirió que visitara a Doña Paula, quien era experta en atender “cosas de mujeres”-dijo Eulalia, su ayudante en la cocina. En efecto, Elena fue a buscar a la señora indicada, llegó a un pequeño rancho donde había un camastro y una cocina de leña, muy obscuro y con olor a humo. Inmediatamente que Doña Paula vio a su visitante le dijo: -jovencita usté está preñada. Elena se sorprendió muchísimo porque la señora ni siquiera la había tocado, pero como toda una experta nada más al ver su semblante supo cuál era el motivo de su consulta.
Una vez pasado el asombro, Elena le permitió a doña Paula que la revisara, le confirma el embarazo y le recomienda cuidarse. De vuelta a su casa, encuentra a Emilio muy alterado por su ausencia. Elena, muy callada espera que él termine de vociferar y se calme un poco, con voz muy tenue le cuenta que fue a visitar a la señora porque sentía ciertas molestias y le dice algo temerosa que van a tener un hijo. – ¡Un hijo! No me lo esperaba a mi edad, mis otros hijos ya tienen sus familias, a ver cómo les cae esta noticia. Emilio sonrió y un par de lágrimas asomaron en sus ojos, con este acontecimiento Elena quedaría atada a su vida hasta que Dios le llamara. Dejó de pensar en la posibilidad de que ella lo dejase algún día reclamándole haber truncado sus planes con otro hombre más joven, pero demostraba que aún era fuerte y con mucha energía para conformar una nueva familia.
Continuará