Todo fue tan irreal... El sol rosado del atardecer más hermoso, las hojas rojas de los árboles que pintaban tu silueta, las flores moradas y amarillas... El calor de encontrarte caminando en esos pasillos... Tú sonreías, al verte no pude evitar sonreir yo también, tu voz grave y fuerte que me ponía a temblar, exhaló un saludo que no tardó en convertirse en un abrazo... Ese abrazo... Duró tan solo unos segundos en los que pude guardar tu aroma, un aroma tan peculiar que tú tienes que me hace recordar esos días serenos cuando te veía. Aquellos días que hoy son tan lejanos, pero al evocarlos parecen tener la misma intensidad de cuando no eran pasado, si no, presente... Nuestro presente que hoy es pasado.
Caminamos un rato por esos pasillos que nos miraban como extraños y es que tú y yo ya no pertenecemos a este lugar... Después nos sentamos en una mesa de madera, el sol rozaba su coraza, no había nadie más, solo tú y yo riendo, mirándonos, recordando cómo solían ser las cosas cuando apenas cruzábamos una mirada, cuando éramos extraños que tal vez eso no haya cambiado, seguimos siéndolo, pero en ese entonces, éramos extraños que no se extrañaban. Mi oídos devoraban tu risa, tu voz radiante, esa voz que para mí era tan común escuchar en el ayer.
No te puedo decir con exactitud cuánto tiempo estuvimos hablando, mucho menos el día o la hora que era, pero, si me preguntan, puedo decir que era otoño cuando mis ojos vieron pasar un momento tan real que pareció un sueño.