Junto al añoso marco
de mi ventana,
en minúscula grieta
que dos viejos ladrillos
recios amparan,
humilde hierbecilla
de verdes luces
ha crecido inocente:
criatura gestada
por las lágrimas tiernas
que una nube piadosa
sobre el ajado muro
derramó un día.
Sus hojuelas alegres
bailan al viento.
Y, cuando el sol las baña,
parecen esmeraldas
trémulas y convulsas
en su intemperie.
Con su verdor chispeante
a la pared caduca
dan, generosas,
un jubiloso toque
de nueva vida.
Cuando desde el alféizar
yo las contemplo,
en mi mente se alumbra
un interrogante:
Ese brote nacido
en rocas ruinosas
¿será acaso presagio
de que aún en los seniles
y ya postreros
años de un pobre anciano
puede surgir acaso
algún verde destello
de una ilusión radiante?