Noviembre, tiene las alas quebradas. Su cadáver me contagia de vida. Su cadáver me fecunda un hijo. Debo cuidarlo, debo aguardar la cuna de quien no pudo nacer.
No quería pensar y ya ves, estoy pensando. Los años deberían llamarse distintos después de un adiós. Mudar de piel. Tener dos orejas grandes por donde se pueda gritar del dolor y ser escuchado. Por ese nadie que se convirtió en la tierra de su catacumba.
A patria potestad de tu amor, he vuelto amar. He dicho tantas veces, te amo. Más de lo que pude decirte. Y canta un gallo para negarte. Lo miro a él, bañado en agua bendita y te niego. Amanecer de traiciones. Resurrección de venas, perfumadas con cruces.
Te niego y se hace el Estocolmo, la mentira de nuestro fracaso. Estocolmo de miedo, cayendo desde una piñata. Caen sus dulces, los comemos. Feliz elocuencia de un vacío roto. Feliz necesidad de creer que de amor, estábamos viviendo.
Fluye el dulce en la anticipación del veneno.
Qué hice contigo. Estás muerto...
Qué hiciste de mí. Fantasma de azucena en la efigie de un cuervo. Criamos nuestro amor y le sacamos los ojos. Ciegos nos mantuvimos para no reconocer en la herida nuestra, el principio heredado de nuestro sufrimiento.
He vuelto a amar. Lo digo con tanta clemencia que el año que no nos perdona, se niega a despertar.