I
Pasaron los días fríos del otoño y del invierno, guardaronse en el armario de la tristeza. Aparecía la primavera; entraba por la puerta del día y entre el alba con una sonrisa de jazmines y verdes jarales.
II
Entonces, sus rizos de caoba y ciruela, marcaron la entrada de la primavera. Y desde sus manos se extendía un jardín de almendras, que inundaba su cuerpo; frágil pradera del tiempo y la antorcha.
III
Después, el bosque de robles que en comunión con cipreses cantaba en su acento la voz que reclama, padecía el silencio negro, florecía el fuego y la flama.
IV
Con ágiles vuelos de viento solar y viento del África; un par de ágatas morenas con jardines infinitos en su resguardo, parpadearon hacia ojos extasiados. Y detuvieron un momento los relojes cronológicos del cuerpo entusiasmado.
V
Y cuando al fin lograron atar sus manos como madreselvas sobre su pecho de cobre y barro; maldita fue la hora, donde no podía existir su promesa.
Quetzalcoatl
Julio 10, 2013.