Amanda

AQUELLAS HORAS

 

 






  Llega tarde,

(a una hora incierta).

No es  noche ni es día.

Jirones de sombra  luchan contra las garras del  claro.

Se aproxima.

No le habla con palabras,

sí, la elocuencia del gesto.

Ella, caracola durmiente,

le presiente, teme… ansía…

Se confunden  los contornos del cuarto que la cobija.

No hay más centro que los ojos del que llega,

(que ella aguarda)

y esos dedos que se estiran entrecruzándole el pelo

la largura de su cuello

la redondez de sus hombros

y la tibieza del seno,

no son sólo del extraño: son sus manos

(cuatro a un tiempo)

que rebordean su vientre

y el ancho de la cadera.

Suaves resultan los muslos

ante el ardor  de las yemas.

Calientes nalgas morenas

y húmedo el entrepiernas

a la espera del aliento

que se acerca… que ya llega

cuando ya no queda un nudo

que desatar en la hembra.  

 

¡Que se quede!

¡Que no marche!

Que siente aun el mareo,

el vértigo estremecido,

el pálpito desatado,

incrustado en medio pecho.  

 

¡Que se trague el canto el gallo!

¡Que la luz declare huelga!

Que no despierten al “otro” (el que a su lado duerme)

que no le roben el goce, que sin él …es estar muerta.

 

Que la dejen permanecer, para siempre

en la hora incierta.              



Amanda Espejo Quilicura / julio - 2013   

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